Nos alejábamos de la infancia; la leche
tibia de antes se había cortado
para siempre y ahora sólo
quedaba el sabor de las lágrimas,
del sudor, de la sangre derramada sobre
la que era
imposible llorar. Es nuestra historia
sagrada, con sus trofeos temblorosos
con sus varas macilentas y tiesas. Después
fue el verdadero fin de la niñez, y hubo
paz en los cementerios, y una racha
de luz iluminó
las garganta cegadas
por el horror de tantos cambios y tanto
crecimiento para el desastre.
–
Había entonces un aire donde nadar, un barro,
donde hundirse en paz, tropezando
en pleno vuelo con un ave del agua; ella
apenas toca con el hocico
nuestro flanco asustado, muerto de escamas,
sensible en la corriente fuerte
de los remansos que giraban
con nuestro tiempo, que estallaban
con nuestros objetivos. Lo rodean
tácticamente, desmenuzaron una estrategia.
–
La vida fácil alborota
el corazón irresponsable todavía
para amar de otra manera; no tiene
presente los riesgos
que lo rodeaban. Apenas
puede dejarse querer un poco: corazón
simple, pretendiendo abrir
el destino, la carne
de la patria; corazón fracasado,
impotente, débil
ante la fuerza
de los que han fabricado
la tierra y las piedras
y el aire que pisamos, el viento
que nos hace tambalear, dudando
como el estallido de una bomba
sobre el Japón, sobre
todo lo que brillaba, lo que crecía
para el amor o para sus escombros.
Paco Urondo, Adolecer (fragmento) en Obra poética, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007.
Podemos escuchar otro fragmento de este hermoso libro-poema leído por Cristina Banegas en el documental La palabra justa.