Siomara abre los ojos. No sabe cuánto durmió pero se siente descansada, liviana, el pecho abierto. Hace mucho que no despierta con una sensación tan buena. Sin moverse estira una mano y acaricia el pedazo de sábana tirante a su lado. Se queda mirando el techo. La casa está en silencio, de no ser por los pequeños quejidos que hacen las casas en verano. La chapa de cinc dilatándose por el calor. El ir y venir de los ararás que taladran las vigas de madera. El piso de cemento que cruje en alguna parte, el comienzo de una grieta nueva. La respiración pausada de su humanidad recién despierta. No quiere moverse para no romper ese equilibrio frágil. Quiere quedarse en pausa. No pensar. No acordarse.
Selva Almada, No es un río, Literatura Random House, 2020.
El error que comete una cosa al caer de tus manos, la absurda equivocación de una hoja al no caer sobre la tierra, la confusión de un aroma que emigra de una flor y se va a perfumar un pensamiento, no deben atribuirse a sus modales inexpertos sino al defecto fundamental que el azar distribuye como una noche quebrada por el apocalipsis encubierto de los días.
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Esta concreta conspiración del desacierto indica que la historia aún no ha empezado y el hombre sólo registra en sus anales inciertos simulacros de antistoria.
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Tan sólo una imaginación regenerada que trace los movimientos del regreso, del perfume a la flor, de las hojas al árbol, de una cosa a tu mano, del azar al azar, de la noche a la noche, puede iniciar la historia verdadera.
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El mundo está repleto de anodinos fantasmas. Hay que hallar los fantasmas esenciales.
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Voy perdiendo las zonas intermedias. Percibo sólo lo muy cercano o lo muy lejano.
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Este cambio radical de los sentidos o quizá este surgimiento de un sentido distinto confirma mi sospecha de que sólo en los extremos habita lo real.
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El infinito no es igualmente infinito en todas sus partes.
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En sus puntos más intensos las mayores distancias se reabsorben. La lección mayor del infinito es dejar de ser a veces infinito.
Foto: Manos que tallan, Ignacio Fabiani Rodríguez, Flickr CC.
X
Prisa de páginas,
avidez de dedos que entorpecen
el espacio exiguo entre el sueño y el hueso
con una epopeya ínfima en negro
y blanco, pierna y pierna y otra pierna,
especie de ciempiés de letras,
o larva, que se arrastra hasta llegar
a mariposa con su epitafio:
recado dado, todo lo decible dicho,
silencio, pluma.
Paulo Henriques Brito (1951) poeta brasilero contemporáneo. Esta selección de poemas corresponde al libro Puentes/Pontes, trad. Cerrato L y Montes E., editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003.
89
Algunas cosas hay que vuelan—
pájaros — horas — abejorro —
de éstos no hay elegía.
Algunas cosas hay que quedan, que están ahí —
pena — montañas — eternidad —
ni éstos me preocuparon.
Algunas hay que descansando, se elevan.
¿Puedo yo interpretar los cielos?
¡Qué inmóvil el acertijo yace!
101
¿Habrá realmente un mañana?
¿Habrá una cosa semejante al día?
¿Podría verlo desde las montañas
si yo fuese tan alta como ellas?
¿Tiene pies como las Ninfeas?
¿Tiene plumas como un pájaro?
¿Lo traen de países célebres
de los que nunca oí hablar?
¡Erudito! ¡Marinero!
¡Hombre sabio del cielo!
¡Por favor vengan a decir a un pequeño peregrino
en dónde está el lugar llamado mañana!
Emily Dickinson, Poemas, Seleción y traducción de Silvina Ocampo, Tusquets editores, Buenos Aires, 2008.