Hotel
Me despierto a oscuras
en una habitación extraña.
Hay una voz en el techo
con un mensaje para mí.
Repite una y otra vez
la misma ausencia de palabras,
el sonido que el amor hace
cuando alcanza la tierra,
metido a la fuerza en un cuerpo,
acorralado. Arriba hay una mujer
sin cara y con un animal
desconocido que tiembla dentro de ella.
Enseña los dientes y solloza;
la voz susurra a través de las paredes y el suelo;
ahora está suelta, libre y corriendo
cuesta abajo hacia el mar, como agua.
Examina el aire de alrededor y encuentra
espacio. Al final, me
penetra y se vuelve mía.
Grajos azules
Mientras yaces, acorralado
en este rectángulo blanco, sin apenas querer
respirar, colgado
de la vida por un fino hilo,
los grajos van y vienen, todavía comen
las semillas que dejaste,
las esparcen en la hierba entre
las peras y las manzanas mustias.
¿Quién te hizo este agujero?
Los pájaros vuelan en el aire blanco,
sus gritos cortan el espacio
congelado entre árbol y árbol,
azul penetrante, ángeles
o agujas. ¿Eras tú
esa voz que decía
que el único camino era llegar al final?
¿o era un ángel el que quería
que eligieras, que respiraras?
Pájaros de ojos rutilantes y afilado
pico, no se
disculpan al devorar
cualquier cosa que alimente
sus fugaces vidas:
tus girasoles.
El próximo verano
brotará allí algo olvidado.
.
Margaret Atwood (Ottawa, 1939), Historias reales, Bruguera, Barcelona, 2010. Traducción de María Pilar Somacarrera Íñigo