Todas las opiniones que existen sobre la Naturaleza
nunca hicieron crecer el pasto o nacer una flor.
Toda la sabiduría respecto de las cosas
nunca fue algo que se pudiera tocar como se tocan las cosas.
Si la ciencia quiere ser verdadera,
¿qué ciencia más verdadera que la de las cosas sin ciencia?
Cierro los ojos y la tierra dura sobre la que me acuesto
tiene una realidad tan real que hasta mi espalda la siente.
No necesito raciocinio si tengo espalda.
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¿Pero para qué compararme con una flor, si yo soy yo
Y la flor es la flor?
Ah, no comparemos nada; miremos.
Abandonemos las analogías, las metáforas, los símiles.
Compara una cosa con otra es olvidarla.
Ninguna cosa se parece a lo que es
y sólo es lo que es.
El abismo de ser ella la separa de todas las demás
(y a las otras, no ser ella).
Todo es nada sin algo que no es.
¿Qué? ¿Valgo más que una flor
porque ella no sabe que tiene color y yo lo sé,
porque ella no sabe que tiene perfume y yo lo sé,
porque ella no tiene conciencia de mí y yo si tengo conciencia de ella?
¿Pero qué tiene que ver una cosa con otra
para ser superior o inferior a ella?
Sí, yo tengo conciencia de la planta y ella no tiene conciencia de mí.
Pero si la forma de la conciencia es tener conciencia, ¿qué hay con eso?
Sí la planta hablara podría decirme: ¿y tu perfume?
Podría decirme: tienes conciencia porque tener conciencia es una cualidad humana
y yo no tengo conciencia porque soy flor, no soy hombre.
Tengo perfume y tú no tienes porque soy flor…
Fernando Pessoa. Poesia de Alberto Caiero. Traducción de Teresa Arijón y Bárbara Belloc.
Ediciones El cuenco de plata. Buenos Aires, 2015.