XXIX
Cuando caído en desgracia ante la fortuna y ante los ojos de los hombres lloro mi condición de proscripto, y perturbo los sordos cielos con mis inútiles gritos; cuando me contemplo a mí mismo, y maldigo mi destino, deseando parecerme a otras personas, más ricas en esperanzas; ser tan hermoso como ellas, y como ellas tener muchos amigos; cuando envidio el arte de aquél y el poder de este otro, descontento de lo que más placer me da; y cuando en el fondo del pensamiento ya casi me desprecio a mí mismo, de pronto, pienso al azar en ti, y toda mi alma, como la alondra que asciende al surgir el día, se eleva desde la oscura tierra y canta hasta las puertas del cielo.
Porque el recuerdo de tu dulce amor me confiere tal riqueza, que en esos momentos no me cambiaría por un rey.
Foto: Mirando al cielo. Miquel González Page. Flickr CC.
LXIV
Cuando veo cómo la mano aleve del tiempo ha borrado el opulento y orgulloso esplendor de las sepultas épocas olvidadas; cuando veo arrasadas las más altas torres, y el bronce eterno esclavo de las furias mortales; cuando percibo las ventajas que el ávido océano roba al reino de la costa, y las que la tierra firme roba a su vez al húmedo imperio, compensando ganancias con pérdidas, y pérdidas con ganancias; cuando contemplo ese intercambio de estados, y esas decadencias, toda esa ruina me enseña a pensar así: que vendrá el tiempo ineludible, y se llevará mi amor.
Y ese pensamiento es como la muerte: saber que sólo puedo llorar para conservar lo que tanto temo perder.
W. Shakespeare, Sonetos (trad. J. R. Wilcock) en Poetas líricos en lengua inglesa, Ed. Océano, España.