He visto una hermosa y muy dolorosa película que refleja el dolor de una mujer en algún sitio de Afganistán y la situación de las mujeres en otros lados del mundo. Dejo acá una cita del libro de Atiq Rahimi, escritor y también guionista y director del film.
Oscilando al ritmo de su respiración, una mano de mujer se posa en su pecho, sobre el corazón. La mujer está sentada. Con las piernas escogidas y pegadas al cuerpo. La cabeza sobre las rodillas. Los cabellos negros, muy negros y largos, cubren sus hombros, que se balancean, siguiendo el movimiento regular de su brazo.
En la otra mano, la izquierda, sostiene un largo rosario negro. Desgrana las cuentas. Silenciosamente. Lentamente. Siguiendo la misa cadencia que sus hombros. La misma cadencia que la respiración del hombre. Cubre su cuerpo con una larga túnica. Púrpura. Adornada en las mangas y en el bajo con discretos motivos de espigas y flores de trigo.
Al alcance de su mano, abierto por las guardas y colocado sobre un almohadón de terciopelo, un libro, el Corán.
Una niña pequeña llora. No está en la misma habitación. Puede que esté en el cuarto de al lado. O en el pasillo.
(…)
Perdida, masculla: “No puedo más”.
Después de un suspiro exasperado, se levanta súbitamente, y repite, alzando la voz: “No puedo más….”. Abatida. “De la mañana a la noche, recitando sin cesar los nombres de Dios, ¡no puedo más!” Se acerca algunos pasos a la foto, pero no la mira, “hace ya dieciséis días…” duda, “no…” y cuenta con los dedos, titubeante.
Confusa, da la vuelta, regresa a su sitio para echar un vistazo a la página abierta del Al-Qahhar, el Dominador. Eso es, muy bien, el décimo sexto nombre….” Pensativa. “¡Dieciséis días!” Retrocede. “Dieciséis días viviendo al ritmo de tu respiración.” Agresiva. “Dieciséis días respirando contigo.” Mira fijamente al hombre. “Respiro como tú, ¡mira!” Aspira el aire profundamente, después lo expulsa dolorosamente. Al mismo ritmo que él. “Aunque no tenga la mano sobre tu pecho, también puedo respirar como tú.” Se aleja. “¿Me escuchas?” Lanza un grito: “Al-Qahhar”, y de nuevo empieza a desgranar el rosario. Siempre con la misma cadencia. Sale de la habitación. Se la escucha: “Al-Qahhar, Al-Qahhar…” por el corredor y más allá.
“Al-Qahhar…” se aleja.
“Al-Qahhar…” se hace cada vez más débil.
“Al…” imperceptible.
Desaparece.
Atiq Rahimi, La piedra de la paciencia, Siruela Editor, 2012.
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