El poder de la oración
Ciertas mañanas, desrezo:
la vida humana es demasiado miserable.
Un pequeño desajuste en los huesitos
hace doler mi espalda.
Siento ganas de vociferar a Dios.
El está escondido pero responde:
“la tela de jean no encoge”.
Y yo entiendo perfecto
el conmovedor esfuerzo de la humanidad
que se hace ropa nueva para ir a la fiesta,
el plato esmaltado donde le gusta comer,
un plato hondo verde inmenso mar lleno de historias.
La vida humana es muy venturosa.
“¿La tela de jean no encoge?”
Mi corazón tampoco.
Cuando en ciertas mañanas desrezo
es por olvido,
sólo por desatención.
Gracias
El mundo es un jardín. Una luz baña al mundo.
La limpieza del aire, el verdor después de las lluvias,
los campos vistiendo el césped como el carnero a su lana.
El dolor sin hiel: una mariposa viva clavada.
Acuden los gratos recuerdos:
muchachas descalzas, vestidos vaporosos,
todo lleno de savia como la juventud,
insidioso placer sin objeto.
Insisto en el vicio antiguo –para protegerme del inesperado gozo.
¿Y la mujer fea? ¿Y el hombre opaco?
En vano. Están todos nimbados como yo.
La lata vacía, el estiércol, el leproso en su caballo
están resplandecientes. En las nubes hay un rey, un reino,
un bobo con sus adornos, un príncipe. Yo paseo en ellas,
es sólido. Lo que no veo, existe más que la carne.
Dios me dio esta tarde inolvidable, ha limpiado mis ojos y pude ver:
como el cielo, el mundo verdadero es pastoril.
Adelia Prado, El corazón disparado. Editorial Leviatan, Colección Brönte, Bs.As., 1994.
Cuadro: Paisaje con un puente de piedra, Rembrandt.