Lánguida, salta del columpio
y contempla sus manos delicadas.
Flor que envuelve el rocío, el sudor humedece
-una apenas neblina- su ligera camisa.
Un visitante llega y ella, azorada, corre
-las medias arrugadas, tres horquillas perdidas-,
vuelve y al entornar la puerta, curiosa,
mientras huele un membrillo verde, atisba.