(…) Si por una parte toda la vida espiritual del alma y por otra los conocimientos científicos respecto al mundo material, están orientados hacia el acto del trabajo, el trabajo tiene s justo lugar en el pensamiento de un hombre. Deja de ser una especie de prisión, es un contacto con este mundo y el otro.
¿Por qué, por ejemplo, un campesino no tendría presentes en su espíritu, aún sin palabras interiores, por una parte algunas comparaciones de Cristo: «Si el grano no muere…», «La semilla es la palabra de Dios…», «El grano de mostaza es el más pequeño…», y por otra parte el doble mecanismo del crecimiento: aquel por el cual el grano consumiéndose a sí mismo y con la ayuda de las bacterias llega a la superficie del suelo; aquel por el cual la energía solar desciende en la luz y captada por el verde del tallo vuelve a subir en un movimiento ascendente irresistible? La analogía que hace de los mecanismos de aquí abajo un espejo de los mecanismos sobrenaturales, si se puede emplear esta expresión se vuelve entonces deslumbrante, y la fatiga del trabajo, según las palabras del pueblo, la hace entrar en el cuerpo. El penoso esfuerzo siempre más o menos ligado al trabajo se convierte en el dolor que hace penetrar la belleza del mundo en el centro del ser humano. (…)
Sólo así estaría plenamente fundada la dignidad del trabajo, pues, profundizando las cosas, no hay verdadera dignidad sin raíz espiritual y, por ende, sobrenatural.
S.Weil. Raíces del existir, p. 89.